El Amor, El Virus que Debería Infectar a Toda la Humanidad

Vivimos momentos difíciles, un simple microorganismo invisible a los ojos humanos nos ha obligado a modificar nuestra manera de relacionarnos, de trabajar, de estudiar, de comunicarnos, y lo que es más importante, ha puesto en riesgo nuestras vidas.

Pero lo más impactante no son todos estos cambios, sino el hecho de que se hayan producido a escala global, afectando a todos y cada uno de los habitantes de este planeta. Y esto sí supone un cambio radical en la manera como habitualmente enfocamos nuestra realidad.

Ya no se trata solo de mi vida y de la vida de mis seres queridos, hay que entender que lo que hacemos o no hacemos me afecta a mí, a mi familia, a la comunidad en la que vivo y sus efectos se extienden a través de una red en la que todos estamos interconectados a nivel planetario. ¿Cómo es esto posible? El coronavirus nos lo ha demostrado.

Pero incluso podríamos ir más lejos: no solo mi forma de hacer impacta en el otro, sino que mi manera de pensar y de sentir también afectan a los que me rodean, estén o no presentes. Pero, antes de llegar ahí, habría que hacerse otra pregunta más inmediata: ¿somos realmente conscientes de cómo me afectan a mí los más de sesenta mil pensamientos que tengo al día? Y, si tenemos en cuenta que el 90% de ellos son los mismos pensamientos que tuve el día anterior, y que cada pensamiento va unido a una emoción, ¿soy consciente de las emociones, sentimientos y estados de ánimos por los que atravieso en sólo 24 horas? Dicen los expertos que, para la edad de 35 años, el 95% de lo que pensamos y sentimos responde a una serie de comportamientos, reacciones emocionales, percepciones, creencias y actitudes que están ya memorizadas y funcionan como un programa en nuestra mente. Es decir, no somos conscientes de lo que pensamos, ni de cómo reaccionamos a lo que pensamos.

Nuestros pensamientos durante el confinamiento

Si este es el caso en una situación normal, pensemos en las consecuencias que esto podría tener en una situación de emergencia como la que estamos viviendo. Las preguntas parecen obvias: ¿soy consciente del miedo o la angustia que siento?, cómo lo abordo, cómo lo vivo: ¿lo enfrento, lo asumo, o trato de escapar como sea y al precio que sea? ¿Qué hago para no sentir? ¿Qué me digo para no sentir? ¿Qué digo a los demás para aplacar mis miedos? ¿Soy capaz de quedarme solo conmigo mismo?

Estas y otras muchas preguntas nos acompañan en nuestro confinamiento, y no son fáciles de responder porque para ello tenemos que comenzar por despojarnos, capa tras capa, de todo aquello que creemos ser, para quedarnos desnudos y en silencio ante ese yo esencial que todos llevamos dentro.

¿Qué nos diría ese yo esencial? Que nos observemos, que nos escuchemos, que sigamos nuestras intuiciones, que nos dejemos llevar por esos impulsos que no puedes explicar, pero que sabes en lo más profundo que es lo que deseas hacer, decir, pensar o sentir… En una palabra: que sigas a tu corazón.

¿Sabías que el corazón tiene su propia inteligencia y que es capaz de percibir antes que nuestro cerebro? Dicho de otra manera, el corazón es capaz de establecer conexiones a nivel neurológico, bioquímico, biofísico y energético que le permiten comunicar y enviar señales directamente al cerebro, ejerciendo una influencia significativa en él. En resumen: el corazón tiene su propio cerebro y se adelanta al cerebro de nuestra cabeza.

Eso significa que el cerebro del corazón influye en nuestra manera de pensar y de ver las cosas, en nuestra percepción de la realidad y en la manera como reaccionamos desde el punto de vista emocional.

Y un dato más: a nivel energético, el corazón tiene un campo electromagnético que es 5.000 veces más intenso que el del cerebro, y produce de 40 a 60 veces más bioelectricidad que el cerebro. Esta energía eléctrica se transfiere a todas y cada una de las células de nuestro cuerpo influyendo a su vez en sus funciones.

¿Cómo me afectan las emociones negativas?

Cómo me afecta a mí todo esto que ya ha demostrado la ciencia? Me afecta y mucho, porque también se ha descubierto que cuando estamos en situaciones de estrés y nos sentimos angustiados, con miedo, preocupados, irritados, frustrados, etc.. ese campo magnético se vuelve caótico y desordenado. Y, del mismo modo, cuando experimentamos emociones positivas, como la gratitud, la generosidad, la compasión o el perdón, ese campo se vuelve ordenado y presenta, en términos científicos, un espectro coherente. Eso a su vez significa que, en una y otra situación nuestras células recibirán órdenes caóticas que les llevarán al desorden y al caos en sus funciones, o se verán guiadas en armonía y perfecta coherencia.

Y todos sabemos que, a nivel celular, desorden y caos equivalen a enfermedad. Entonces, es posible, como muchos apuntan, que este parón obligado del planeta nos esté dando las facilidades, la gran oportunidad para revisarnos por dentro, para escucharnos, escuchar a nuestro corazón y empezar por hacernos conscientes de las emociones que habitamos, aquellas a las que nos hemos vuelto adictos después de vivir años en estados de estrés, preocupados por el trabajo, por la hipoteca, por cambiar de coche, por llegar a fin de mes, por ir más lejos en las próximas vacaciones, por tener y aparentar más que el otro, por…

Y es posible que el mayor acicate para despertar en nosotros sentimientos como la generosidad, la compasión y la gratitud sea reconocer que estamos todos juntos en esto, que formamos parte de una gran unidad. La competitividad, la agresividad, la hostilidad, el correr para llegar antes, o el esconder lo que tengo para que el otro no tenga ya no nos van a funcionar. Porque el egoísmo, la ambición, la codicia o el individualismo son tan letales como el miedo y la angustia: al final acaban por acidificar nuestra sangre y facilitamos al coronavirus el medio perfecto para que pueda multiplicarse y propagarse por nuestro organismo.

Debemos elevar nuestras emociones

Quizás, haya llegado la hora de abrir, escuchar y seguir a nuestro corazón. Y para eso nos tenemos que mantener en emociones elevadas, o positivas, como la compasión, la gratitud, el perdón, y, sobre todo el Amor.  Y, desde ahí, implicarnos en acciones y comportamientos que tengan como finalidad colaborar, compartir, ayudar, apoyar, contribuir, escuchar y comprender. Hacernos solidarios, no solo con los demás, sino con nosotros mismos, con lo que nos dice nuestra mente, con cómo reacciona nuestro cuerpo y con lo que nos muestra nuestro corazón. Cuando logremos comprender esos tres ámbitos y nos hagamos conscientes de cada uno de ellos y de cómo se influencian entre sí, estaremos en condiciones de lograr la coherencia que nos reclama nuestro ser.

Desde esa coherencia biológica nuestro cuerpo es capaz de funcionar de manera óptima, cuerpo y mente están perfectamente sincronizados y desde ahí permitimos que sea la inteligencia del corazón la que nos guíe. Como afirma Annie Marquier “El maestro que reside en el corazón permite al cerebro funcionar de forma óptima, abre la puerta a una inteligencia superior y activa unas facultades mentales excepcionales y completamente nuevas”.

Un aprendizaje para la humanidad

Abrámonos por lo tanto a vivenciar esta epidemia desde lo que nos tiene que aportar como aprendizaje para el ser humano. Aprendamos a vivir el miedo y a reconocernos en el miedo del otro. Seamos conscientes de cómo impactan mis pensamientos y mis sentimientos en mí, en el otro, y en todos los demás. Preguntémonos cómo quiero emerger de esta crisis, qué cambios quiero hacer en mi vida, qué quiero dejar de hacer, de pensar o de sentir. Escuchemos a nuestro corazón, pregúntate qué es lo que realmente valoras, dónde colocas a tus seres queridos, cuánto tiempo les dedicas, qué representa tu trabajo, quién o qué guía tu vida…

En estas semanas de confinamiento, el planeta tierra se ha recuperado, ha disminuido la contaminación, los ríos se han vuelto más transparentes, los animales han regresado a las ciudades, el ruido del tráfico se ha sustituido por el canto de los pájaros… preguntémonos qué beneficios ha tenido el confinamiento en mi vida. Si somos capaces de descubrirlos, no solo extraeremos un aprendizaje valioso de esta experiencia, sino que probablemente, estaremos en mejores condiciones de hacer frente al próximo virus e incluso de prevenirlo.

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